Tierra, Techo y Trabajo: Arquitectura y vivienda popular. El derecho a la tierra y a la dignidad de habitarla.

Por Beatriz Goldenstein (*)

Buenos Aires, noviembre de 2020

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Se habita construyendo el mundo, dando forma a sus espacios lo que implica artificializarlos; es decir producir objetos que organizan el espacio habitable (Martin Heidegger). 

Quien proyecta un espacio social actúa como un escultor de volúmenes que se funden con la cultura del lugar. 

Toda obra de arquitectura es siempre una construcción históricamente condicionada por la cultura de la época, el contexto social del que emerge, los medios de producción y la tecnología disponible. La arquitectura permite dar cuenta de la historia de su tiempo (Octavio Paz). 

El sistema como un todo determina cómo se comportan las partes: lo importante son las relaciones y los conjuntos que a partir de ellas se configuran (Bertalanffy). La arquitectura no puede comprenderse sin un enfoque holístico, integrador en tanto sistema, de la práctica social que en ella se lleva a cabo. 


Según datos recientes del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos/ INDEC, en la situación social de la Argentina actual:

  • 1,3 millones viven en hacinamientos críticos.
  • 9,6 millones no tienen desagües cloacales.
  • 3,9 millones habitan en zonas inundables.
  • 2 millones viven cerca de la basura.
  • 10,6 millones de personas no acceden al gas en red.
  • 12,4% de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires viven en villas y asentamientos. 

  


Si bien el hacinamiento y la falta de vivienda y acceso a los servicios básicos se hizo más visible y acuciante con la pandemia del Coronavirus, son situaciones estructurales graves que ya existían y venían acentuándose a lo largo de los años. 

La carencia de vivienda popular coincide con la falta de trabajo, y las salidas de esta crisis solicitan medidas que asuman el derecho a la tierra, la vivienda y el trabajo como una interacción dinámica. 

Como arquitectxs ligadxs a una política habitacional enraizada en la justicia social, ese entendimiento integrador de “las tres T” nos lleva necesariamente a pensar no sólo en cómo construir “viviendas cobijos” sino a proponer proyectos urbanos que promuevan el trabajo, apoyando desde nuestro lugar las demandas populares y los programas de la esfera pública comprometidos con acciones en ese sentido. 

Como en otros campos, también en la Arquitectura las decisiones que se toman tienen implicaciones éticas, sociales y políticas, existen relaciones entre las formas y la ideología y cada posición formal y operativa remite a una concepción del sujeto y del objeto. 

Sin duda, esto cabe también para las políticas del hábitat que, con un enfoque holístico de la arquitectura, plantean: 

  • Proyectar espacios públicos que no sean un vacío sin atributos sino nuevas formas donde la vida social fluya en diálogo con los valores geográficos y naturales, el cuidado del ambiente y la biodiversidad.
  • Diseñar estructuras urbanas abiertas capaces de integrar la naturaleza e incluir centros de participación ciudadana comprometidos con la conservación y el crecimiento de ese proyecto (por ejemplo, los trabajos del Arq. Miguel Ángel Roca en la provincia de Córdoba).
  • Construir unidades vecinales, conjunto de edificios y espacios públicos, teniendo en cuenta cómo se articulan los objetos arquitectónicos entre sí, no sólo los que habitan los individuos, sino los comunitarios que habitan entre todos. 

En ese marco, en esta propuesta habitacional integradora de “las tres T” se plantean, como base de acciones específicas, los siguientes lineamientos generales:

  • Construir unidades habitacionales totalmente prefabricadas con componentes de diseño de alta calidad apuntando a la creación, aprovechamiento o reacondicionamiento de estructuras de producción que cubran la totalidad de los componentes de las viviendas. 
  • Favorecer la organización de cooperativas de sistemas constructivos prefabricados que, concluido su destino inicial, estuviesen en condiciones de responder como proveedores a las demandas de terceros, generando ingresos adicionales sostenidos. 
  • Constituir primariamente a estas estructuras productivas organizadas en cooperativas en oportunidades de trabajo para lxs futurxs habitantes de las unidades habitacionales en construcción. 

Esta visión de la Arquitectura que busca proteger el ambiente, mejorar la calidad de vida y la sociabilidad no es algo nuevo: tiene antecedentes en la década de 1950 en los llamados Clusters o racimos (con ejemplos notorios en las actividades del Team 10 de Inglaterra o en las obras del Arq. Ero Sarinen en los Estados Unidos, entre otros), experimentados en varios lugares del mundo, en muchos casos reformulados en diálogo creativo con las singularidades de la situación local.

En cuanto a la utilización del sistema constructivo prefabricado (de bajo costo y totalmente en seco), ya en 1981 se realizó en la Ciudad de Buenos Aires el Conjunto Urbano Comandante Piedrabuena con hemiciclos de pabellones articulados (primer premio en un concurso nacional que ganaron lxs Arqs. Flora Manteola, Javier Sánchez Gómez, Josefa Santos y Justo Solsona). Conviene recordar que el equipo de arquitectos premiados solamente diseñó el proyecto: la construcción del Conjunto Piedrabuena estuvo a cargo de varias empresas constructoras con diferentes formas de construcción, lo que produjo un resultado final con fallas que terminaron desvirtuando el proyecto original.

Si bien en esta propuesta habitacional integradora hay otros estamentos de distinto orden que intervienen con enormes compromisos y responsabilidades (con el eje articulador de los movimientos sociales y el Estado), desde el punto de vista de la arquitectura popular, sería deseable conformar una comisión intersectorial integrada en paridad por los diversos actores sociales e institucionales involucrados en el emprendimiento para discutir, consensuar y elaborar las Bases de un llamado a concurso de arquitectos.  

Se espera que este mecanismo participativo permita que las mejores propuestas se desarrollen con transparencia y control, contando además con la supervisión de los diseñadores del proyecto y de asesores en prefabricación (también en esto las Universidades tienen mucho que aportar) para no repetir errores del pasado. 

Se trata, en fin, de evitar que en el camino se distorsionen los objetivos y alcances de una propuesta que, como ya se ha dicho, no sólo aspira a construir obras de arquitectura social para vivir con dignidad en un ambiente sustentable, sino a generar trabajo duradero y de calidad, también entre sus habitantes.

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(*) Arquitecta egresada de la Universidad de Buenos Aires, especializada en semiótica de la arquitectura y vivienda popular. Ejerció la docencia en la UBA y en la UNAM de México, y fue asesora de la Comisión de la Vivienda de la Ciudad de Buenos Aires durante la gestión de Aníbal Ibarra.  

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