Incertidumbres en la sociedad, certezas en los dirigentes: algunas preguntas

 

Por Lucas Rubinich 

 

I

¿Puede resultar extraño que en un mundo de fin de época existan incertidumbres en las poblaciones que ven el deterioro, la degradación y hasta la caída de instituciones que en otro momento habían suministrado alguna relativa confianza? Claro que no. Pero como en otros momentos, como hace apenas alrededor de un siglo y algo en el continente europeo, además de los sectores que sufren estos cambios hay otros que los celebran y promueven, y/o conducen. Y si bien esto es así en términos generales, por supuesto cada proceso histórico tiene sus especificidades. Las tuvo aquel proceso, y seguramente si se formulan preguntas sobre las formas y la encarnación social de esas incertidumbres y también sobre las certezas, quizás sea posible esbozar alguna especificidad sobre este por el que estamos transitando.  

 

II

¿Había incertidumbre en las poblaciones que vivían las transformaciones europeas en la segunda mitad del siglo XIX? Sin lugar a dudas. Tanto la literatura como la nueva sociología de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, expresaron la conmoción que provocaban las transformaciones que ocurrían en esos momentos, y- de distintas maneras, aunque con elementos en común-, dieron cuenta de los desajustes que en los seres humanos concretos y en enteros grupos sociales, producían la crisis de viejas instituciones y el surgimiento de otras nuevas. Procesos que generaban en las distintas variantes de las clases oprimidas, habituadas a las durezas de la vida, nuevas formas de sufrimiento reforzadas por la dilución de las viejas opresiones que en tanto familiares resultaban contenedoras. Claramente la noción de anomia en Durkheim daba cuenta de este clima, como también los angustiados diagnósticos de Simmel que construía un individuo moderno enajenado en la multitud, anonimizado; una mirada analítica que quizás pueda emparentarse con la construcción de personajes literarios, como la de los más tempranos Wakefield, de Hawthorne, y  Bartleby, de Melville; y probablemente también, con el más contemporáneo Gregorio Samsa, de Kafka. 

Pero claro junto a estas visiones que dibujan aspectos problemáticos, alienantes, oscuros, siempre estarán las optimistas, las de los nuevos vientos, las que sin dudas se encarnan en sectores que son beneficiados por estos y a la vez incrementan su fuerza, en tanto vanguardia de sus zonas más dinámicas. Por supuesto, allí pueden ubicarse las nuevas burguesías de los países europeos más implicados en este proceso de modernización que saludarán y financiarán la ciencia y la técnica que posibilitaban un desarrollo inusitado de la economía. Pero lo cierto es que de la algarabía por lo nuevo no solo participaban estos sectores económicos que se beneficiaban inmediata y directamente, sino que también y como parte de ese clima de lo nuevo ocupando un lugar prominente, podían encontrarse sectores de los espacios cultural científico y político, que veían en los cambios saludados por estas burguesías, solo el momento de un proceso que tendrá como protagonistas a los desheredados quienes serán los personajes centrales de llegada a una instancia superadora, a  lo que será un verdadero nuevo mundo.  Porque el mundo nuevo no había llegado. Estas transformaciones eran los indicadores de un camino que llevaba hacia él. Muchos científicos, artistas, políticos, dirigentes obreros y personas del común de distintos sectores sociales conmovidas por las llamadas al cambio, incorporaban un sentido poderoso a sus vidas en tanto portadores de la antorcha de la razón revolucionaria, y se sentían y actuaban como profetas de ese auspicioso fantasma que recorría Europa y que se extendería por distintos lugares del planeta. Y por supuesto no quedaban dudas de que las clases desposeídas no eran beneficiadas por estas transformaciones, y que padecían sufrimientos inconmensurables en la nueva situación, pero lo que hacía una gran diferencia era la presencia arrolladora de esas esperanzas redentoras infundidas por los nuevos profetas y sostenidas en sensibilidades colectivas alentadas por hechos históricos, que quebraban sentidos comunes ancestrales, como la humillación de la monarquía en la revolución francesa. Los miserables, para nombrar con una palabra que se había vuelto familiar en la época debido a la popularidad de Victor Hugo, o si se prefiere, los condenados de la tierra, los sufrientes de ese presente, se habían convertido, y como nunca antes había ocurrido en términos concretos, en el sujeto fundamental de un cambio trascendente para la humanidad que anunciaba entre otras proclamas de época, el manifiesto comunista.

 

III

¿Las transformaciones de la revolución neoconservadora de fines de siglo XX y primeras décadas del XXI con su poderosa moral darwiniana son productoras de incertidumbre?  Por supuesto que no hay otra manera de responder que no sea afirmativamente. La respuesta, no obstante, debería corregir la pregunta y hacer visible que, por supuesto, se manifiesta de distintas formas de acuerdo a las sociedades y a sectores en particular dentro de esas sociedades. Las formas más analizadas por sociólogos de la generación mayor en los años finales del siglo XX y primeros del siglo XXI son las que corresponden a sociedades que generaron lo que Wolfang Streeck llama instituciones del compromiso de posguerra. Principalmente sociedades desarrolladas y de desarrollo intermedio que extendieron a grandes franjas de población servicios de salud pública, de educación, de previsión social, con estados que en algún momento atendieron la cuestión del hábitat popular, con legislación laboral que resultado de luchas históricas lograba mayor atención a los derechos de los trabajadores.

 El derrumbe o la degradación de esas instituciones en el marco de la cultura del capital financiero tiene consecuencias dramáticas para enteros sectores de población, en tanto imposibilita el desarrollo de una vida cotidiana que pueda sostener en el tiempo condiciones mínimas consideradas, en función de la experiencia anterior, derechos. Condiciones, en relación a la salud, a la educación, al trabajo, al hábitat, al retiro, que eran entendidas  como un piso mínimo por un estatus ahora agrietado. En el extremo, estos sectores afectados, pasan a conformar esos espacios de exclusión relativa que pueden encontrarse en los llamados cinturones de herrumbre de ciudades de países desarrollados que fueron prósperas e industriales en los años cincuenta, sesenta y setenta, como en las grandes capitales latinoamericanas. Y, por supuesto, se deshilachan elementos culturales que, aunque no tuvieran una realización plena, conformaban un horizonte de expectativas- con sentidos distintos es verdad- que implicaban formas de integración al todo social y se extendían por sociedades muy diferentes. Para decirlo en términos de Bauman, se irá produciendo “la corrosión y la lenta desintegración“,  de un elemento central tanto en las efectivas formas de integración, como en las esperanzas colectivas, como es el “concepto de ciudadanía”(Bauman, 2000). El ciudadano de Tocqueville que imagina su bienestar a través del bienestar de su ciudad, se verá progresivamente convertido en una noción de viejos libros escolares de educación cívica- que por otro lado siempre resultaban disonantes en América latina-y en mera retórica de grupos técnicos manipuladores de la opinión pública de la nueva derecha, y será desplazado en términos concretos a un lugar decididamente secundario por la arrolladora fuerza práctica del individuo pragmático. Un individuo que se mueve en un espacio social y cultural en el que la economía ha reemplazado a la política. No hay un modelo integral de sociedad que implique alguna separación como en el concreto liberalismo republicano del capitalismo, o en el socialismo soviético que, con sus sentidos diferentes, suponían el ciudadano realizado en tanto se realizase la entera sociedad. Y eso estaba presente también en las esperanzas colectivas por otras democracias, o por otros socialismos que se oponían a las formas impuras realmente existentes. Es por eso que el cambio es significativo a nivel general. 

No importa que en muchos países de América latina el ciudadano con derechos sociales no tuviese una realización práctica. Mucho menos en los castigados estados africanos. Pero tenían una presencia muy fuerte como esperanzas colectivas y había momentos que podían imaginarse como realizaciones parciales. Es verdad que la potencia imperial podía sostener por intereses geopolíticos, desde antes por pura lógica imperial, pero decidida y claramente en el marco de la guerra fría, dictaduras sangrientas como las de la familia Somoza en Centroamérica, o implementar planes de exterminio como en Guatemala, en El Salvador, y en el cono sur en los años setenta, pero había sensibilidades extendidas por distintos sectores de las sociedades que implicaban oposiciones decididas, con banderas diferentes, pero con expectativas de producir sociedades integradas. Y se produjeron cambios significativos como los de Cuba que esparcieron la esperanza de una sociedad justa por todo el tercer mundo. Y se conformaron verdaderas contra élites, claramente en América Latina, y de algún modo en algunos países africanos que emprendieron guerras anticoloniales con banderas que eran sin lugar a dudas modernizadoras. Quizás la última experiencia, casi extemporánea, que reflotó esas expectativas en el mundo africano fue la ocurrida en el ex Alto Volta, nombrada como Burkina Faso (país de los hombres integros) por el joven líder Thomas Sankara, que en pocos años ( 1983-1987) logró un proceso de integración económica y educativa en lo que era una sociedad excluyente. Thomas Sankara movilizó nuevamente sueños de integración y de modernización de las sociedades africanas. Sueños que revivían los de los sesenta, algunas de cuyas referencias fueron, entre otras, la figura del matemático marroquí organizador de la tricontinental de La habana, Mehdi Ben Barka, expresión clara de las nuevas y potentes expectativas en el mundo árabe y de toda Africa , o Patrice Lumumba, líder independentista y primer ministro del Congo independiente, 

No había estados de bienestar en esos lugares del tercer mundo, sin lugar a dudas, pero existían esas esperanzas fuertes por el logro de sociedades que se proponían como modernizadoras de la economía, redistributivas en lo económico, y con apuesta de creación e instituciones de salud y educación para el conjunto de la población. No es que hoy hay incertidumbre en la sufriente y rica en petróleo Nigeria, en la Ruanda del genocidio reciente, en la siempre castigada República democrática del Congo, en Burkina faso, e incluso en la estable y desigual Senegal, porque ya no está el estado de bienestar. Porque nunca existió. Pero lo que sí se perdieron, fueron las realizaciones parciales, los intentos y, sobre todo, las esperanzas colectivas de lograr una sociedad mejor. Con las realizaciones parciales extinguidas o deterioradas, pero además con esas esperanzas colectivas, sino diluidas, no encarnadas en cuerpos sociales concretos, lo que prima es la cruda batalla de las grandes corporaciones por los ricos recursos de la región. Y esas batallas toman la forma de lo que Achille Mbembe llama la necropolítica (Mbembe, 2011). Es la lógica del mercado en su forma más cruel: el incentivo de guerras locales en los que participan niños soldados, el aliento de conflictos interétnicos, la indiferencia frente a situaciones de catástrofes. Innumerables ejemplos que permiten ver la relación de jóvenes CEOS, émulos del rey Leopoldo de Bélgica, que en oficinas corporativas o de algún organismo internacional en Washington, en Londres, Berlín o Nueva York, reafirman su condición de triunfadores habilitando situaciones de valorización de una explotación petrolera o de diamantes, que derivan en hechos marcados por un desprecio total hacia la especie humana. El papel de indiferencia cínica de corporaciones y organismos internacionales decididamente influyentes en el terreno, en el genocidio en Ruanda, es el caso que logró visibilidad. Como informan estudiosos del genocidio, “la Organización de Naciones Unidas, envió al país la misión MINUAR en 1993, con la finalidad de contener la escalada de violencia que se estaba dando, pero cuando se inició el genocidio, visiblemente preparado y cuidadosamente organizado, el organismo optó por la pasividad. Las fuerzas de MINUAR no recogieron las armas que se distribuían entre los milicianos, a pesar de tener el mandato correspondiente y, en el momento inicial de las matanzas, evacuaron el terreno y dejaron desprotegidas a las víctimas” (Alvarado y otros, 2015). (1)

En esos casos quedan al descubierto, por supuesto prácticas que son costumbres históricas sobre países coloniales, pero también cómo esas prácticas ahora no están subordinadas al engrandecimiento de un imperio monárquico, sino a la arbitrariedad de las corporaciones internacionales y de los organismos internacionales  para derribar, al costo que sea, obstáculos que entorpezcan la lógica del libre mercado sin ningún tipo de restricciones: la cruda ley del más fuerte. Verdadero núcleo, en fin, de la cultura aventurera del capital financiero que implica la realización política de una mirada teórica sostenida en modelos matemáticos deshistorizados. En estas regiones no hay límites formales para concretar lo que Bourdieu llama un “programa científico de conocimiento” y convertirlo “en programa político de acción” Aquí los objetivos de “crear las condiciones de realización y funcionamiento de la “teoría””, implementando “un programa de destrucción metódica de los colectivos (la economía neoclásica sólo quería saber de los individuos,…) (Bourdieu, 1999), se hace sin ambigüedades. Es la implementación de la lógica del puro mercado a como sea.

 Porque sin dudas, si hay un elemento trascendente en la cultura del capital financiero es el puro mercado. Quizás no haya otra manera más sintética y densa de expresarlo que recurriendo a esta afirmación que escribió en su último libro en 1997 el viejo sociólogo argentino Sergio Bagú. ”El mercado”, dijo Bagú, “ cumple en la tesis básica del supercapitalismo las funciones que asumió un tipo muy específico de deidad en otras formas organizativas ya caducas. Es un dios matematizado, omnisciente, omnipotente, tiránico, profundamente antihumano».(Bagú 1997). Y dos son los elementos centrales que materializan los mandatos de esta deidad. Uno, que es bien concreto, aunque pueda adquirir formas múltiples, es la corporación multinacional, una especie de Behemot pragmático, cuyo poder genera anomias productivas que facilitan su libre circulación; y el otro, simbólico, con poderosas consecuencias prácticas que es el ícono de la deidad: el individuo. El Behemot pragmático despliega toda su fuerza y su brutalidad sobre viejas formas institucionales que intentan morigerar su arrollador avance. Su poder destructivo se atempera en tanto mantiene como subordinados serviciales a unas caricaturas de leviatán ocupados en reprimir la violencia social de distintas maneras y en realizar controles sobre poblaciones que, no siendo desechables por provenir de sociedades relativamente homogéneas en términos étnicos y por arrastrar una historia de integración, obtienen cierta legitimidad cultural que las habilita a algún tipo de contención. El individuo conceptual, la figura icónica, es un individuo pragmático, no constreñido por otra cosa que no sean sus destrezas y sus limitaciones, lanzado a la lucha por lograr el éxito en un orden que, al decir de Bourdieu, tiene como ley exclusiva la búsqueda del interés egoísta y la pasión individual del beneficio (Bourdieu, 1999). El individuo concreto construido por esta arrolladora fuerza cultural, es, como sostiene Bauman, un agente social que “tiende a la pasividad, el escepticismo y la desconfianza hacia la ‘causa común’, el ‘bien común’, la ’sociedad buena’ o la ‘sociedad justa’”. Porque, al fin y al cabo, “¿Qué significa ‘bien común’ sino dejar que cada uno se satisfaga a su modo? Toda actividad que emprendan los individuos cuando se juntan y todo beneficio que sus tareas compartidas les importen auguran una restricción de su libertad de procurarse lo que consideran conveniente para sí mismos por separado y no ayudan en nada a tales fines.”( Bauman, 2000   ) Inscrito en la moral darwiniana de ese orden, el éxito es siempre relativamente circunstancial,  y la incertidumbre es, en términos positivos, el desafío a afrontar, el escenario permanente ante el cual el  individuo pragmático nombrado como emprendedor por la cultura dominante, debe desplegar su imaginación para no trastabillar, y de hacerlo, adquirirá la identidad relativa de perdedor circunstancial, desde la cual deberá rearmarse.

Como se viene sosteniendo aquí, distintas miradas sociológicas han considerado que un elemento central en la identidad de este nuevo orden es la precariedad. La precariedad como un elemento constitutivo que se liga irremediablemente a la incertidumbre. Y sin lugar a dudas estas condiciones estructurales y las sensaciones que resultan de ellas, pueden extenderse a los distintos lugares del planeta. Pero es verdad que precariedad e incertidumbre, parecen insuficientes, aunque sea correcta su utilización, para referirse a la forma que adquiere la lógica predominante del capital financiero cuando se presenta de manera cruda y brutal en los espacios donde rige la necropolítica. La única atenuación allí es una esperanza débil e incierta que consiste en la salida individual, en la dramática migración hacia un lugar mejor. Y es cierto que la llegada a ese lugar mejor puede consistir apenas en poder divisar sus muros externos, o peor, vivir situaciones trágicas intentando cruces clandestinos. Es la incertidumbre, que si se quiere nombrar más pertinentemente adopta la forma de desesperación, y se encarna en las poblaciones desechadas, poblaciones que pueden recibir ahora, nunca más justamente  en relación a otros momentos cercanos, la calificación de “nadies”, que usaban y usan para designar a los oprimidos algunos discursos de tono romántico. “Nadies” sencillamente por tratarse de los directamente descartados por el orden predominante. Son los migrantes centroamericanos, principalmente hondureños, que se montan en el tren de carga que se conoce como “La bestia”, o “el tren de la muerte”, y desde la frontera sur de México intentan el camino que tiene como destino el muro fronterizo que separa México de EEUU. Son las personas africanas que atravesaron desiertos para llegar a las vallas de alambre de Ceuta, e intentan cruzarlas desde el lado marroquí, o que bien, en frágiles embarcaciones intentan atravesar el ancho y peligroso mar que los romanos llamaban mare nostrum.

 

IV

  ¿Las certezas sobre la fuerza y la capacidad de imposición, acaso sobre la legitimidad de este orden mundial productor de incertidumbres, y también valorizador de la incertidumbre en tanto incentivo en la lógica de la lucha y sobrevivencia de los mejores, es patrimonio exclusivo de los reivindicadores explícitos de este orden? No necesariamente, y de allí su fuerza cultural. ¿Hay esperanzas de revivir y de reinventar situaciones perdidas en aquellos que transitan los caminos de la precariedad pero que vivieron directa o indirectamente la experiencia de sociedad integrada? Seguramente, pero la pregunta debería completarse refiriendo a su productividad política.

 Como ya se ha dicho, en todo proceso de cambio están aquellos afectados negativamente por los desacomodamientos, pero obviamente, aunque se trate de minorías, están los directamente beneficiados con el nuevo orden, que lo celebran, y que lo defienden ante cualquier intento de restauración; y claro, los creyentes que se ilusionan. Porque todo orden nuevo- y la reorganización del mundo generada por la cultura predominante del capital financiero, lo es-produce creyentes. Pero, además, hay que contar a los sectores ligados a la política convencional provenientes de tradiciones que implementaron o reivindicaron sociedades inclusivas, cuyas banderas y sus mismas instituciones están en decadencia producto de esa cultura predominante. 

Estos últimos tienen capacidad de diagnóstico sobre la situación de las relaciones de fuerza en el mundo de la política, y por ello- y derivado de esa condición en el marco de la fragmentación social y cultural-, no evalúan como posible, o por lo menos como efectiva, una construcción alternativa a ese estado de las relaciones de fuerza con acciones territoriales y la creación y diseminación de espacios deliberativos. Consideran, al fin, lo probable derivado del diagnóstico seguramente fundado, como un destino  Por lo tanto, generan condiciones de una aceptación naturalizadora del conjunto de la clase política (y de ellos mismos incluidos en ella) como sometida a los exclusivos procedimientos de una clásica política liberal tradicional en donde la comunicación con las bases es una relación casi exclusivamente en tanto votantes, lo que les posibilita, en el mejor de los casos, la obtención de un capital electoral relativamente abultado que en el marco de las relaciones de fuerza diagnosticada, no resulta en suficiente capital político para cambiarlas. Esta situación, además, en un momento en que los campos políticos nacionales tienen un altísimo grado de dependencia de la economía. Porque como dice Streek, si hasta los años setenta se podía decir que el mercado estaba dentro de los estados, el presente es un momento en el que es posible afirmar que los estados están dentro del gran mercado, que cuenta, en situaciones particulares, casi con poder veto sobre las débiles intenciones de las políticas nacionales

Los homólogos de las amplias franjas de poblaciones oprimidas que hoy sufren la situación de incertidumbre, fueron en distintos momentos de la historia reciente los que, convertidos en colectivos sociales, portando banderas más o menos comunes lograron con sus luchas, mejoras significativas para la clase trabajadora en particular, y entonces también para el conjunto de la sociedad. La especificidad del presente es que esos sectores hoy, no cuentan con la posibilidad de encontrarse con las esperanzas unificadoras ( y redentoras), sin lugar a dudas poderosas que recorrían los caminos de Europa y que se encarnaban en sectores dinámicos de las clases oprimidas desde mediados del S XIX, extendiéndose con idas y vueltas, por diversos lugares del planeta quizás  hasta los años setenta del siglo XX. Nociones parciales y legítimas de justicia que atienden a los derechos de sectores diversos, generan en la práctica del mundo contemporáneo, fragmentación y contradicciones entre los oprimidos. Esperanzas acotadas en ocasiones parcialmente satisfechas, pueden eventualmente confrontar con las esperanzas acotadas de otros excluidos. Y no son problemas menores para la posibilidad de existencia de alguna mínima identidad colectiva que le otorgue fuerza política a alguna perspectiva preocupada por impedir la destrucción del lazo social y reinventar o crear instituciones que lo refuercen. No obstante, en las sociedades con experiencias históricas de una fuerte integración como la Argentina, no es extraño suponer que sobrevivan instituciones, formas de organización, prácticas concretas, y entonces miradas sobre el mundo, deudoras de esas experiencias que de hecho son formas resistentes, y que además potencialmente pueden transformarse productivamente, es decir desprendidas de nostalgias y en empatía con los tiempos que corren, en críticas.

Porque si es cierto que no quedan dudas que el afianzamiento de los desacomodamientos de la revolución neoconservadora, y sus efectos desintegradores se extienden por el mundo en el marco de la globalización,  también es posible sostener con algún fundamento, que resulta particularmente interesante preguntarse sobre sus posibilidades en una sociedad como la argentina que vivió con idas y vueltas, a lo largo de setenta u ochenta años, esa fuerte experiencia de integración en el marco-y esto es bueno subrayarlo- de situaciones de inestabilidad institucional y política. Esta sociedad produjo una temprana integración de amplias franjas de la población con la extensión de los sistemas púbicos de educación y de salud, con momentos persistentes de altas tasas de ocupación e instituciones modernas del mundo del trabajo, con una distribución del ingreso claramente equitativa, todo en el marco de una frágil institucionalidad política. Esa coexistencia de población integrada y debilidad institucional, es una de las distintas condiciones que habilitaron la conformación de un sentimiento igualitario que se manifestó de distintas maneras, en ocasiones significativas, vivificando y reforzándose en distintas expresiones políticas. Y en los momentos, durante todo el siglo XX, en que esas expresiones políticas perdían fuerza, eran censuradas o directamente reprimidas, había una persistencia de ese sentimiento igualitario. No es extraño imaginar entonces, que los procesos de construcción de un nuevo orden sostenido en el desarropamiento de la condición de ciudadanos con derechos sociales y la transformación en individuos abandonados a la suerte del mercado, seguramente es más problemática cuando amplias franjas de la población llevan incorporada esa experiencia en sus trayectorias vitales intra e intergeneracionales, y están acostumbradas aunque no siempre a desafiar, por lo menos, a desconfiar de la autoridad.

 Pero ocurre que las dificultades para imaginar un encuentro entre las fracciones de la clase política con tradiciones de sensibilidades hacia lo popular, en el estado actual anteriormente descrito, y la persistencia de esas experiencias de integración que podrían albergar un sentimiento igualitario, se derivan principalmente de la evaluación, quizás bastante certera de una amplia gama de esos sectores políticos, de que la institucionalidad democrática está atada con alambre. Y probablemente para los menos inhibidos esto pueda adquirir la forma de un discurso explícito en una mesa chica de pares. Porque es verdad que no es posible transformar en discurso público la evidencia de que el tablero de posibilidades del sistema político, presionado por distintos actores nacionales e internacionales actualizadores de distintas maneras del aventurerismo de la cultura del capital financiero, ha quedado reducido a mínimos grados de libertad. Lo cierto es que, de todas maneras, como percepción implícita, como sentimiento de muchos cuadros de la dirigencia progresista, esa mesura que caricaturiza la ética de la responsabilidad weberiana se funda quizás en un miedo legítimo, en el miedo al abismo. Porque es verdad que el sentimiento progresista moderado ( que en otro trabajos he nombrado recurriendo a la ironía del escritor checo Jaroslav Hasek como “Partido del progreso moderado dentro de los límites de la ley”) fue alumbrado en los renacimientos democráticos del cono sur por la doble pinza de la derrota de las experiencias revolucionarias de los sesenta- setenta, y la difusión de los métodos de la guerra de aniquilación llevada adelante por fuerzas armadas de la mano de las clases empresariales, pero ahora tras casi cuatro décadas de intentar encontrar un mínimo lugar en un mundo Thatcheriano del “no hay alternativa”,  llega vapuleado ante lo que efectivamente son verdaderas catástrofes institucionales. 

Porque es verdad que para el cono sur, las desgracias de Honduras, o de Haití, debidas a la impunidad imperial pueden parecer lejanas, tanto que ni siquiera el patético golpe de 2009, más allá de las formalidades, conmovieron realmente las sensibilidades democráticas. Puede que los intentos de golpe e invasión en la República bolivariana de Venezuela sean considerados como parte de una lógica confrontativa -paradójicamente del propio país agredido-, que se percibe como ajena. Quizás alguna preocupación, aunque con baja intensidad, produjo la persecución al correísmo en Ecuador.  Pero la arbitrariedad jurídica en Brasil, con la expulsión de Dilma Rouseff del gobierno y el encarcelamiento del ex presidente Lula Da Silva;  como, sin lugar a dudas, el encarcelamiento y persecución jurídica y mediática a funcionarios del gobierno de Cristina Kirchner, y a la misma Cristina Kirchner; y seguramente el golpe de estado sin atenuantes en Bolivia, fueron decididamente aquietando voces y engordando la mesura.  La habilitación imperial a la represión de los manifestantes en Chile y el acuerdo casi homogéneo de su entera clase política, junto a la irracional deuda contraída por la argentina por voluntad del FMI durante el gobierno de Mauricio Macri junto a la impunidad de sus funcionarios económicos, terminaron por dibujar el mapa de la democracia posible para esa sensibilidad mesurada que entendió que su mesura debía ser mayor aún que la que se había ensayado años anteriores.

La idea de Fukuyama de la convivencia armónica entre democracia liberal y mercado planteada como un destino irremediable, será entonces, solo una posibilidad, mientras, por supuesto, no se alteren objetivos geopolíticos de la potencia imperial, pero, sobre todo, en tanto no se obstaculicen las condiciones que permitan la libre circulación de las corporaciones internacionales. Porque, efectivamente, hay un núcleo ideológico fuerte que es un estado de la economía considerado ideal, el resto son meros adornos. Y por si quedara alguna duda, su nacimiento exitoso para el mundo es en el Chile dictatorial del General Pinochet. Porque no hay, para esta visión del mundo de la escuela de Chicago, instituciones fundamentales que no sean las que faciliten el juego del mercado global.

El tablero en donde se puede jugar el juego de la política democrática, será al fin, uno diseñado como modelo ideal y quizás con variantes como el único posible: la democracia a la chilena. Democracia a la chilena que es básicamente clase política autonomizada de sus bases y homogénea, clases oprimidas fragmentadas y sin posibilidades visibles de lograr expresión política productiva, tajante conversión de los ciudadanos en consumidores, transformación en mercancía de todos los servicios públicos, y legitimación sin fisuras de la represión ante cualquier forma de protesta. 

La certeza para estas sensibilidades de que es esto o el abismo, hacen difícil el encuentro con los sentimientos igualitarios en latencia de amplias franjas de población afectadas de distintas maneras por el orden predominante y portadoras de incertidumbres permanentes en relación a sus vidas cotidianas. La apuesta por la conformación de espacios de deliberación que posibiliten identificar problemas prioritarios para así luchar colectivamente contra ellos, no será considerada como una opción política, en tanto resultan generadores de expectativas probablemente consideradas desbordantes; en el mejor de los casos, entonces, cuando la lógica de la alternancia electoral le dé el lugar a estas sensibilidades, se implementarán propuestas imaginativas de contención de las poblaciones excluídas

 El tablero entonces es ese tablero que no da casi flexibilidad a las distintas piezas y, en principio, con alguna que otra mínima disonancia, esas piezas parecen ajustarse al dibujo y a los recorridos planteados por el juego en el tablero. Pero ocurre que el mundo no es un tablero y, además, en la vida social, la suerte nunca está echada. Porque está la historia. Y en la sociedad argentina detrás de las inseguridades e incertidumbres de una población fragmentada y con instituciones de representación agujereadas, están las experiencias de lucha y el ejercicio concreto de derechos sociales ampliamente extendidos. Y a veces los imprevistos que efectivamente son parte del fluir social y cultural resultan en vivificadores de esas experiencias en latencia. Porque la historia, dice Marx, “tendría un carácter muy místico si las ‘casualidades’ no desempeñasen ningún papel”. Y un escritor argentino famoso lo reafirmará de esta manera: “El porvenir es inevitable, preciso, pero puede no acontecer. Dios acecha en los intervalos”

 

Imagen  "Individuos", Pomarola Talk 2011
«Individuos», Pomarola Talk 2011.

 

 

Nota

(1)“El genocidio fue financiado, por lo menos en parte, con el dinero de programas de ayudas internacionales, tales como la financiación proporcionada por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional bajo un Programa de Ajuste Estructural. Se estima que se gastaron 134 millones de dólares en la preparación del genocidio ya de por sí una de las naciones más pobres de la tierra con unos 4,6 millones de dólares gastados sólo en machetes, azadas, hachas, cuchillos y martillos. Los países occidentales, tanto Francia como Estados Unidos, prefirieron negar el genocidio y aceptaron la tesis del gobierno ruandés de que lo que estaba ocurriendo era una vuelta a la guerra civil.”(Alvarado y otros, 2015)

 

Bibliografía citada 

Alvarado Franco, M. A.; Godoy Lemus, R.; Mena, Alfredo B: 2015 : Genocidio en Ruanda, en Revista de la Segunda Cohorte del Doctorado en Seguridad Estratégica, Universidad San Carlos de Guatemala. Guatemala.

Bagú, Sergio, 1997: Catástrofe política y teoría social, Madrid, Siglo XXI

Bauman, Zygmunt, 2000: Modernidad líquida, FCE, Buenos Aires.

Borges, Jorge Luis,2005: la creación y Ph Gosse, en Otras inquisiciones. Obras completas Vol II Emece Buenos Aires

Bourdieu,P 1999: Contrafuegos, Anagrama, Barcelona

Hasek, Jaroslav, 2015 : Historia del Partido del progreso moderado dentro de los límites de la ley, Ediciones La Fuga, Barcelona.

Marx, Karl, 1975: Cartas a Kugelman, Editorial de ciencias sociales, La habana

Mbembe, Achille2011: Necropolítica, Editorial Melusina España

Sidicaro, Ricardo 2015: Las anomias argentinas,en Apuntes de Investigación del CECYP, 2015,(26):

Streeck, Wolfgang:2014: ¿Cómo terminará el capitalismo?,En New left review N 87, segunda época julio agosto 2014, Quito

 

 

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